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Sueños de Marta. Capítulo 3: La Diosa Desencadenada

"Mónica y Antonio desatan un éxtasis ardiente en ella, cada gemido un clavo en el ataúd de Javier, humillado y atado. Renace en ese volcán de placer, fundiéndose con su nueva vida salvaje."

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El plan era audaz, cruel y exquisitamente perverso. Mientras Mónica lo esbozaba en susurros urgentes, Marta sintió que la rabia que la consumía se transformaba en algo distinto: una energía fría, cortante y decidida. La idea de una confrontación a gritos le parecía ahora insípida, vulgar. Lo que le ofrecían era arte. Teatro. Una catarsis que no solo destruiría a Javier, sino que la reconstruiría a ella misma sobre sus cenizas.

–¿Confías en nosotros? –le preguntó Antonio, su mano rozando la suya en la penumbra del pasillo.

Marta levantó la vista del espejo unidireccional, donde Javier seguía ajeno a su destino. Su mirada era dura como el diamante.
–Hacedlo.

Mónica sonrió, una sonrisa depredadora que iluminó sus rasgos.
–Bien. Voy a por nuestro actor principal. Tú y Antonio, id a la habitación del hotel. La suite 302. Os alcanzaremos en diez minutos.

Ver a Mónica desaparecer tras la cortina de terciopelo, moviéndose con la gracia letal de una pantera, fue como ver a la Parca yendo a buscar su próxima alma. Antonio la guio fuera del club, a través de un pasillo privado que conectaba directamente con el hotel adyacente. La suite 302 era espaciosa y anónima, dominada por una cama king-size con sábanas blancas e impolutas. Un lienzo en blanco para la obra que estaban a punto de representar.

–Escóndete en el baño. –dijo Antonio, su voz era un murmullo cómplice–. Y pase lo que pase, no salgas hasta que yo te avise.

Marta se deslizó en el lujoso baño de mármol y dejó la puerta entreabierta, apenas una rendija. Su corazón latía con una fuerza que resonaba en sus oídos, una mezcla de miedo y una anticipación casi insoportable. Al poco rato, oyó el sonido de la puerta de la suite abriéndose. La voz melódica de Mónica llenó la habitación, seguida de la de Javier, pastosa y arrogante.

–Vaya suite, nena. Veo que te gustan las cosas buenas.

–Solo lo mejor, cariño. –respondió Mónica–. Pero tengo una pequeña sorpresa para ti. Me gustan los juegos.

Hubo un forcejeo breve, un quejido de sorpresa de Javier y luego el sonido de algo siendo apretado. Marta asomó la cabeza. Javier estaba sentado en una silla en medio de la habitación. Mónica le estaba atando las muñecas a la espalda con unas esposas de cuero que había sacado de su bolso.

–¿Qué coño haces? ¡Esto no era parte del trato! –protestó él, aunque había un matiz de excitación en su voz.

–Relájate y disfruta del espectáculo. –dijo Mónica, sacando una venda de seda negra. Se la ató sobre los ojos con firmeza–. Ahora, silencio.

El silencio se prolongó durante un minuto que a Marta le pareció eterno. Entonces, Antonio salió de su escondite en un armario y, junto con Mónica, ajustaron las ataduras de Javier a la silla, inmovilizándolo por completo. Javier, ciego y confundido, no dijo nada, seguramente asumiendo que todo era parte de un juego de rol más elaborado de lo que esperaba.

Fue entonces cuando Antonio le hizo una seña a Marta. Salió del baño, sus tacones haciendo un ruido seco sobre el suelo de madera. Se detuvo frente a la silla.

–¿Javier? –su voz era tranquila, gélida–. ¿Qué haces tú aquí? ¡Mónica! ¿Qué significa esto?

Javier se tensó al instante. La venda no podía ocultar el shock que contrajo sus facciones.
–¿Marta? ¿Qué… qué coño haces tú aquí? ¡Suéltame, joder! ¿Qué es esta mierda?

–Tranquila, cariño. –dijo Mónica, su voz un ronroneo peligroso mientras se acercaba a Marta–. Si a tu novio le gustan estos juegos, se lo vamos a dar.

Ignorando las protestas y maldiciones de Javier, Antonio se colocó detrás de Marta, mientras Mónica se ponía frente a ella. Comenzaron a besarle el cuello, sus labios dejando un rastro de fuego sobre su piel. La protesta de Javier se convirtió en un gruñido ahogado de rabia.

–¡Mírame, Javier! –dijo Marta, su voz cargada de un poder que nunca había sabido que poseía–. ¿Me oyes, pedazo de mierda?

Él giró la cabeza en su dirección, impotente. La rabia en su rostro era casi cómica. Odiaba verla disfrutar de algo que él ni siquiera sabía que existía.

–¿Te molesta, Javier? –continuó ella, mientras Antonio desabrochaba lentamente la cremallera de su vestido–. ¿Te molesta verme disfrutar de algo que tú nunca fuiste capaz de darme? ¡Mírame bien, cabrón! ¡Así es como se siente la pasión!

El vestido cayó al suelo en un charco de tela negra. Se quedó en ropa interior, expuesta bajo la luz de la habitación, sintiéndose más poderosa que nunca. Mónica se arrodilló y comenzó a besarle el abdomen, mientras Antonio le acariciaba la espalda, sus manos aprendiéndose sus curvas. Cada caricia, cada beso, era un clavo en el ataúd de su antigua vida.

–¡Mírame, Javier! –gritó Mónica, levantando la vista–. ¡Así se trata a una diosa!

Entonces Mónica la besó. Un beso profundo, húmedo, experto. Marta respondió con ferocidad, sus manos en el pelo rubio de Mónica, mientras sentía las de Antonio recorrer su cuerpo. El odio en la cara de Javier era tan palpable que casi podía saborearlo.

–¡Javier, has sido muy tonto! –dijo Antonio, su voz resonando en la habitación–. Tenías una diosa y la has dejado escapar.

Mónica bajó sus besos por el cuerpo de Marta, deteniéndose en su vientre, luego más abajo. Le quitó las bragas con los dientes y su lengua encontró su centro. Marta gritó, un sonido agudo y liberador.

–¡Ah… Dios… Mónica! ¡Sí… justo ahí! No… no pares. ¡Javier! ¡Esto es lo que me faltaba! ¡Esto es lo que me negabas mientras te revolcabas con otras!

Antonio la levantó y la tumbó en el borde de la cama, abriéndole las piernas. Mientras Mónica continuaba su labor, él se colocó entre sus muslos y la penetró con una fuerza que la hizo arquearse. Era una sinfonía de placer y venganza. Veía el rostro desencajado de Javier, la devoción en los de Antonio y Mónica, y se sintió renacer.

Mónica se incorporó, su cuerpo brillando de sudor, y se colocó a horcajadas sobre el rostro de Marta.
–Ahora tú.

Sin dudarlo, Marta le devolvió el favor, su lengua tan ávida como lo había sido la de Mónica. El mundo se redujo a esas sensaciones: la boca de Mónica, el cuerpo de Antonio moviéndose dentro de ella, y el sonido de los gruñidos impotentes de Javier como música de fondo.

Sintió cómo el cuerpo de Mónica se tensaba, cómo su orgasmo estallaba contra sus labios. La explosión de placer ajeno fue el detonante. La ola que se había estado formando en su interior rompió con una violencia devastadora. Gritó, un sonido animal y primario, mientras su cuerpo convulsionaba. En ese mismo instante, sintió el calor de Antonio liberándose dentro de ella. Todo se consumó en un instante perfecto de destrucción y creación.

Acabaron los tres agotados, jadeando, tumbados en la cama en un revoltijo de miembros y sudor. El silencio cayó en la habitación, pesado y absoluto. Marta levantó la cabeza y miró a Javier. Su rostro era una máscara de odio y humillación. No decía nada. No podía. Estaba roto.

–¿Lo has visto bien, Javier? –dijo ella, su voz tranquila, casi dulce–. ¿Te ha gustado el espectáculo? Esto… esto es el principio. El principio de mi nueva vida. Gracias… a los dos. Me habéis… me habéis salvado.

Antonio le tomó la mano, sus ojos fijos en los de ella.
–¿Cómo te sientes?

Marta sonrió, una sonrisa genuina, luminosa.
–Me siento… como si hubiera estado dormida toda mi vida y acabara de despertar. Siento… que por fin respiro de verdad. Me siento libre.

Mónica se incorporó sobre un codo, su pelo rubio pegado a su frente. Miró a Antonio, y luego a Marta.
–Mónica y yo queremos proponerte algo. Lo hemos hablado entre nosotros y, si dejas a este patán, nos encantaría formar una pareja a tres. ¿Qué me dices?

La propuesta flotó en el aire, audaz, increíble. Una pareja a tres. Con ellos. Miró a Javier, una reliquia patética de un pasado que ya no le pertenecía. Luego miró a Antonio y a Mónica, su futuro. La respuesta era la más fácil que había tomado en su vida.
–Es… es lo más loco y lo más maravilloso que me han propuesto en mi vida. ¿De verdad? Oh, Dios… Sí. Sí, quiero. ¡Claro que sí!

Se levantó de la cama, desnuda y sin vergüenza. Caminó hacia Javier y se agachó frente a él. Le quitó la venda de los ojos.
–Se acabó, Javier. Coge tus cosas del apartamento mañana. No quiero volver a verte en mi vida.

Le dio un beso suave en la mejilla, un beso de despedida cargado de piedad y desprecio. Luego, sin mirar atrás, volvió a los brazos de Antonio y Mónica, hacia la promesa de un mundo que apenas comenzaba a descubrir. El sonido de la puerta de la suite cerrándose fue el punto final más dulce que jamás había escuchado.

Publicado 
Escrito por moniant

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