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Aire Fresco

"Dos parejas, una cena y una fantasía literaria. ¿Qué sucede cuando un juego de cartas rompe todas las reglas y la curiosidad se vuelve más fuerte que el miedo?"

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El aire del restaurante era una mezcla cuidadosamente calibrada de lujo y discreción. El murmullo de las conversaciones se ahogaba en las alfombras gruesas y el tintineo de los cubiertos de plata contra la porcelana era la banda sonora de una noche cara. En una de las mejores mesas, apartada del resto, cuatro figuras dibujaban un contraste interesante.

Ricardo, a sus cuarenta y ocho años, era la viva imagen del éxito. Un hombre de negocios con el pelo entrecano peinado hacia atrás y un traje que costaba más que el sueldo mensual de muchos. A su lado, su esposa, Lucía. Con cuarenta y cinco años, era una mujer cuya belleza no había hecho más que intensificarse con el tiempo. Alta, con una melena morena que caía en ondas suaves sobre sus hombros y unos ojos oscuros que parecían saberlo todo. Trabajaba como secretaria en el despacho de su marido, un detalle que para los desconocidos parecía mundano, pero que para ellos era una pieza más en el intrincado puzle de su complicidad. Eran un equipo, en los negocios y, sobre todo, en los placeres.

Frente a ellos se sentaba una pareja más joven, con ese brillo de la novedad aún en los ojos. Luis, el socio de Ricardo, de treinta y ocho años. Tenía una energía inquieta y la ambición de quien aún está escalando la montaña. Y junto a él, Valeria, de treinta y cinco. Rubia, de figura menuda y una sonrisa que parecía perenne. Llevaban un año juntos, flotando en esa burbuja perfecta que precede a las complejidades de la vida en común.

La cena transcurría por los cauces habituales: negocios, anécdotas triviales, planes de futuro. El vino, un tinto robusto y caro, desataba las lenguas y relajaba las posturas. Fue entonces, entre el plato principal y la promesa del postre, cuando Valeria, con una chispa de entusiasmo en sus ojos azules, hizo una confesión.

- Valeria: Últimamente me he aficionado a la novela erótica. ¡No puedo parar!

Lucía levantó una ceja, una sonrisa lenta y genuina curvando sus labios. Dejó su copa sobre el mantel de lino blanco y se inclinó ligeramente hacia delante, capturando la atención de la chica.

- Lucía: Anda, qué sorpresa tan interesante, Valeria. ¿Y has encontrado algo que realmente merezca la pena leer?

Valeria, animada por la reacción, se lanzó a describir con detalle tramas y personajes. Habló del placer de la lectura clandestina, de cómo las páginas le provocaban un calor que la sorprendía.

- Valeria: El último que estoy leyendo… es sobre parejas liberales. Y me está poniendo a mil. No entiendo por qué, porque yo sería incapaz de hacer algo así. Aunque Luis y yo lo hemos hablado alguna vez, no nos atreveríamos a dar el paso.

La palabra «incapaz» quedó flotando en el aire. Lucía la recogió con la delicadeza de quien desarma un artefacto explosivo.

- Lucía: Incapaz es una palabra muy fuerte, Valeria. Yo creo que somos capaces de mucho más de lo que creemos, sobre todo si hay deseo. El miedo es otra cosa, eso sí que es real. ¿Es miedo a lo que pueda pasar entre vosotros o a lo que piensen los demás?

Valeria se mordió el labio.

- Valeria: Es un poco de todo. ¿Qué dirá la gente si se entera? Pero también están los celos, creo que es muy complejo.

Luis asintió, tomando el relevo. Su mirada era seria, introspectiva.

- Luis: A mí me pasa igual. Me encanta la situación que me cuenta Valeria, pero es una fantasía. No sé cómo reaccionaría si viera a otro hombre tocarla.

Los ojos de Lucía brillaron con una intensidad renovada. Se dirigió a Valeria, pero sus palabras eran un misil teledirigido hacia el corazón de las dudas de ambos.

- Lucía: El ‘qué dirán’ es el fantasma que persigue a casi todo el mundo, Valeria. Pero las cosas más excitantes de la vida suelen ocurrir lejos de las miradas de los demás. Y sobre los celos, Luis… son una prueba de fuego, es cierto. Pero te aseguro que ver el deseo en los ojos de otro hombre mirando a tu mujer, y saber que al final de la noche ella vuelve contigo… eso puede ser más poderoso que la propia fantasía.

Ricardo carraspeó, una sonrisa pícara jugando en sus labios mientras fingía desaprobación.

- Ricardo: Lucía, creo que nos hemos pasado con el vino, esta conversación se está subiendo de tono.

Luis intervino rápidamente, casi a la defensiva.

- Luis: No, Ricardo, hombre… Déjala, parece que a ella también le gusta la literatura erótica.

- Valeria: Lucía, es fascinante escucharte, hablas con tanta seguridad.

Lucía soltó una risa suave, un sonido gutural y melódico.

- Lucía: Ay, Ricardo, cariño… El vino solo ayuda a que salgan las conversaciones que de verdad importan. Y no es seguridad, Valeria. Es que con los años una aprende que la base real de una pareja no es la posesión, sino la confianza absoluta. Si sabes que esa confianza es de acero, puedes permitirte jugar con fuego sin miedo a quemarte de verdad.

- Ricardo: Cariño, no creo que la conversación sea la apropiada, ¿qué pensarán de nosotros? -dijo Ricardo, cómplice del juego de su mujer.

- Lucía: Pues que somos una pareja moderna y no nos escandalizamos de nada -replicó ella entre risas. - El verdadero escándalo sería pasar por la vida fingiendo que no tenemos estas fantasías. La curiosidad es lo que nos mantiene vivos, ¿no creéis?

- Luis: Bueno, si te soy sincero, yo he fantaseado con cosas así, pero siempre lo he visto como eso, como una fantasía.

Valeria se giró hacia él, sus ojos abiertos por la sorpresa.

- Valeria: ¿Y no me lo habías dicho?

Lucía sonrió, como un depredador que ve a su presa dar un paso en falso.

- Lucía: Cuidado, Luis, acabas de abrir una puerta muy interesante. Las fantasías que no se comparten con la pareja son las más peligrosas. O las más divertidas, según se mire. ¿Y ahora que lo sabes, Valeria? ¿Te asusta o te excita?

- Valeria: No lo sé, siento curiosidad, pero al mismo tiempo miedo.

- Lucía: La curiosidad y el miedo suelen ir de la mano. Son como dos bailarines. Uno no puede existir sin el otro. Si solo tuvieras miedo, esta conversación te incomodaría. Si solo tuvieras curiosidad, quizás ya lo habrías probado. Estás justo en el punto de equilibrio… el más emocionante.

En ese momento, Luis y Valeria intercambiaron una mirada cargada de una nueva pregunta. Era una comunicación silenciosa, un destello de intuición compartida que no pasó desapercibido para Lucía.

- Lucía: Esa mirada… la conozco. Es la mirada de «¿estás pensando lo mismo que yo?». Adelante, decidlo en voz alta. No mordemos.

Valeria tragó saliva, sus mejillas encendidas.

- Valeria: Tú… digo vosotros… habéis… -La frase murió en sus labios, incapaz de cruzar la última frontera de la audacia.

- Lucía: ¿Hemos probado a jugar con fuego alguna vez? ¿Es eso lo que quieres preguntar, Valeria?

- Valeria: Sí… -susurró, bajando la cabeza, el rubor tiñendo su cuello.

- Lucía: No bajes la cabeza, Valeria. No hay nada de malo en hacer esa pregunta. Al contrario, es la pregunta más honesta que has hecho en toda la noche. Digamos que a Ricardo y a mí nos gusta asegurarnos de que la llama de la chimenea nunca se apague del todo… ni siquiera cuando abrimos las ventanas para que entre un poco de aire fresco.

Los ojos de Luis se clavaron en los de Ricardo, buscando una confirmación, una grieta en la fachada de hombre de negocios serio.

- Luis: ¿Esto es cierto? ¿O Lucía sólo está bromeando?

Lucía intervino antes de que su marido pudiera responder, con un tono divertido.

- Lucía: Oh, no le preguntes a él, Luis. Ricardo es demasiado discreto para admitir nada delante de la gente joven. Pero te diré un secreto… las mejores decisiones que ha tomado en su vida no fueron precisamente en una sala de juntas. ¿Verdad, cariño?

Ricardo suspiró, una rendición teatral que era pura complicidad.

- Ricardo: Tienes toda la razón, cariño, pero estás asustando a nuestros amigos. Luis, lo que dice Lucía es cierto, pero lo llevamos con la más absoluta discreción.

- Lucía: ¿Asustarlos? No, Ricardo. Creo que más bien están fascinados. Es normal. Se han asomado a una puerta que no sabían que existía, y ahora se mueren de ganas de saber qué hay detrás. ¿Me equivoco, Valeria?

- Valeria: Yo… no sé… yo sólo estaba hablando de literatura, creía que todo esto sólo era fantasía. No sé qué pensar.

- Lucía: Toda gran aventura empieza así, Valeria. Como algo que solo existe en los libros, una simple fantasía. Hasta que un día, la posibilidad se hace real y te golpea en la cara. Y claro que asusta. Pero no tienes que ‘pensar’ nada ahora mismo. Olvídate de la cabeza por un segundo. Dime, aquí en el pecho… debajo de ese susto… ¿qué más sientes?

- Valeria: Siento curiosidad, pero a la vez miedo. ¡Luis, no me mires así! -Se cubrió la cara con las manos.

Lucía desvió su atención hacia el hombre.

- Lucía: Luis, déjala respirar. Es mucho que procesar. Pero mírame a mí. Tú antes has dicho que tenías fantasías, pero que no sabías cómo reaccionarías si vieras a otro hombre tocar a Valeria. ¿Sigues pensando lo mismo ahora que sabes que no es una locura imposible?

- Luis: Es diferente fantasear a querer hacerlo. Por un lado me encantaría, pero por otro… no sé qué decir.

- Lucía: Por supuesto que no sabes qué decir. Nadie lo sabe al principio. Es como aprender a hablar un idioma nuevo. Pero quédate con esa parte que has dicho, el «me encantaría». Esa es la única verdad que importa. El resto es solo el vértigo que sientes antes de asomarte a un precipicio… un precipicio con unas vistas increíbles.

Ricardo, sintiendo que el clímax de la conversación necesitaba un cambio de escenario, tomó las riendas.

- Ricardo: Bueno, señores, la conversación se está viniendo arriba. ¿Qué os parece si vamos a tomar una copa a un lugar más tranquilo?

- Lucía: Me parece una idea excelente, cariño. Estas conversaciones tan… personales, se disfrutan más sin oídos curiosos cerca. ¿Qué decís, chicos? ¿Nos acompañáis a tomar la última a un sitio con más intimidad?

Luis y Valeria se miraron. La decisión estaba tomada antes de que nadie dijera nada.

- Luis: Pues nos encantaría… pero ¿dónde vamos?

Lucía sonrió. La presa había entrado en el jardín.

- Lucía: A nuestra casa, por supuesto. Es el lugar más tranquilo y discreto que conozco. Y la conversación está demasiado interesante como para dejarla a medias, ¿no creéis?

El taxi se deslizó por las calles dormidas de la ciudad. Veinte minutos después, la puerta de un ático elegante se abría, revelando un espacio que era el reflejo exacto de sus dueños. Paredes en tonos cálidos, sofás de terciopelo hundidos y una iluminación indirecta que creaba islas de intimidad. El aire olía a cera de abeja y a algo más, algo indefinible y vagamente excitante.

- Lucía: Bienvenidos a nuestro pequeño refugio. Poneos cómodos. Ricardo, ¿por qué no les sirves a nuestros invitados ese whisky gran reserva del que tanto presumes, mientras yo voy a buscar algo un poco más… especial? Valeria, ¿te apetece algo distinto? ¿Un vino dulce, quizás?

- Valeria: Sí, mejor algo más suave.

- Lucía: Buena elección. A veces lo más suave es lo que guarda más sorpresas. Vuelvo enseguida.

Regresó momentos después con una bandeja. En ella, tres vasos bajos con whisky de color ámbar y una copa alta con un vino moscatel brillante para Valeria. Y en el centro, una pequeña caja de madera oscura, sin adornos. Lucía la depositó en la mesa de centro con la delicadeza de un ritual.

- Lucía: Tomad vuestras copas, por favor. Veo que la caja ha despertado vuestra curiosidad. Es normal. Digamos que es nuestro postre especial. Algo para jugar cuando las palabras empiezan a quedarse cortas.

Abrió la caja. Dentro, una baraja de cartas negras descansaba sobre un lecho de satén rojo.

- Lucía: No es más que una baraja. Aunque las preguntas que contiene no son las que harías en una cena de trabajo. Y los retos… bueno, los retos están diseñados para subir un poco la temperatura. Es muy simple: sacas una carta y haces lo que pone. O si eres tímido… bebes. La regla más importante es que no hay reglas. Si algo no te apetece, no se hace. Es solo para divertirnos. ¿Qué me decís? ¿Jugamos una mano? Para ver qué pasa.

Luis, con los ojos fijos en las cartas, respondió el primero.

- Luis: Me encantaría.

- Valeria: ¿Estás seguro, Luis? -susurró ella, su voz apenas un hilo.

- Luis: Es solo un juego, podemos parar cuando queremos, ¿no?

- Ricardo: Así es, si algo os incomoda, podemos parar.

Lucía asintió, su mirada tranquilizadora pero firme.

- Lucía: Claro que sí, Valeria. La única obligación es pasarlo bien. Si no es divertido, se acabó el juego. Pero te prometo que es mucho menos aterrador de lo que imaginas. Y mucho más excitante. Venga, ¿quién se atreve a sacar la primera carta?

Ricardo extendió la mano, rompiendo el hielo.

- Ricardo: Yo seré el primero.

Sacó una carta y la leyó en voz alta, su voz grave resonando en el silencio.

- Ricardo: «¿Has deseado a alguien de los que están en esta mesa?»

Lucía sonrió, una curva lenta y peligrosa en sus labios.

- Lucía: Vaya… el juego no se anda con rodeos. Responde, cariño. Y recuerda que la sinceridad es la parte más excitante de todo esto. No te cortes.

Ricardo no apartó la vista de Valeria. Su mirada era directa, sin disculpas.

- Ricardo: Pues sí. He deseado a Valeria desde el día que la vi por primera vez. Nunca dije nada por ser la pareja de mi socio, pero siempre me ha gustado.

Un rubor violento subió por el cuello de Valeria. Luis contuvo la respiración. Lucía, sin embargo, parecía encantada.

- Lucía: ¿Lo ves? Eso es lo que me enamoró de él. Su honestidad brutal. Y que tiene un gusto exquisito. No te sientas incómoda, Valeria. Siéntete halagada. Mi marido no desperdicia sus deseos en cualquiera. Ahora… ¿quién es el siguiente valiente?

- Valeria: No sabía nada… siempre ha sido tan correcto conmigo -murmuró Valeria, más para sí misma que para los demás.

- Luis: No pasa nada, cariño, sólo es un juego. Venga, voy yo.

Luis tomó una carta. Sus nudillos estaban blancos. La giró y leyó. Un músculo se tensó en su mandíbula.

- Luis: «Dale un beso en los labios a alguien que no sea tu pareja».

Lucía arqueó las cejas.

- Lucía: Vaya… parece que el juego te ha escuchado, Luis. Qué oportuno. Solo hay una opción sobre la mesa, y no es mi marido. La pregunta es, ¿vas a cumplir con el reto o vas a dejar que la fantasía te gane la partida? No hay prisa. Te espero.

Los ojos de Luis volaron hacia Valeria. Ella lo sostuvo con una mirada en la que luchaban el miedo y una nueva y temblorosa forma de permiso. Finalmente, asintió, un movimiento casi imperceptible. Luis se levantó, rodeó la mesa y se detuvo frente a Lucía. Se inclinó y depositó un beso pequeño y casto en sus labios. Fue un roce, un instante. Cuando se apartó, Lucía tenía una expresión divertida.

- Lucía: Mmm… un beso educado. Bien. Has cumplido la prueba. Pero déjame darte un consejo, Luis. Los besos que se recuerdan… no son tan educados. Ahora, Valeria. Creo que solo quedas tú. ¿Te atreves?

Valeria extendió una mano temblorosa y sacó una carta. La leyó en silencio, sus ojos abriéndose de par en par. La pasó a Lucía sin decir palabra. Lucía la leyó en voz alta, dirigiéndose a la joven.

- Lucía: La carta dice: «Elige a una mujer. Los dos hombres la acariciarán durante un minuto mientras tú observas». La elección es tuya, Valeria. Solo somos dos.

El corazón de Valeria latía con fuerza contra sus costillas. Miró a Lucía, a su confianza serena, a la promesa de un mundo desconocido en sus ojos. Luego miró su propio reflejo en la mesa de cristal, asustado y pequeño. Tomó una respiración profunda.

- Valeria: A ti.

Lucía sonrió y se reclinó en el sofá, adoptando una postura de reina en su trono.

- Lucía: Sabia elección. Bueno, caballeros, habéis oído a las cartas y a la dama. Tengo un minuto entero. No lo desperdiciéis.

Ricardo se acercó, su toque era familiar, seguro. Sus manos recorrieron los brazos de Lucía, el cuello, los hombros, con la pericia de un amante que conoce cada centímetro de su territorio. Luis, más vacilante, se arrodilló al otro lado. Sus manos, al principio torpes, encontraron el tobillo de Lucía, ascendiendo lentamente por su pantorrilla. Lucía cerró los ojos, disfrutando de la doble estimulación, del contraste entre la experiencia de su marido y la novedad temblorosa de su socio.

- Lucía: Ah… así está mejor. Veo que sabéis seguir instrucciones. Ricardo, tú ya conoces el camino de memoria… y tú, Luis, aprendes muy, muy rápido. Valeria, ¿estás mirando? A veces, observar es tan excitante como tocar.

Valeria no podía apartar la vista. Veía las manos de Luis, de su Luis, explorando el cuerpo de otra mujer. El aguijón de los celos que tanto había temido no apareció. En su lugar, una oleada de calor se extendió por su vientre, una fascinación oscura y poderosa. Veía el placer en el rostro de Lucía, la concentración en el de Luis. Y le gustó. El minuto terminó, dejando un silencio denso y cargado en la habitación.

Ahora era el turno de Lucía. Metió la mano en la caja con un gesto teatral y sacó una carta. La miró y una risa grave y sensual brotó de su garganta.

- Lucía: Bueno… parece que el juego ha decidido subir la apuesta. Me parece justo.

Mostró la carta a los demás. La caligrafía elegante decía: «Desnúdate por completo, sensualmente».

- Lucía: Un buen espectáculo necesita la música adecuada, ¿no creéis? Ricardo, cariño, pon esa canción nuestra, la que suena a promesas y a piel. Y vosotros dos… os recomiendo no parpadear. No querréis perderos nada.

Ricardo asintió y se dirigió al equipo de sonido. Unos segundos después, las notas de un jazz lento y humeante llenaron la habitación. Un saxofón lloraba una melodía cargada de anhelo, sostenida por un contrabajo que marcaba un pulso lento, como el de un corazón expectante.

Lucía se puso de pie en el centro de la habitación, en la isla de luz que creaba una lámpara de pie. No había prisa en sus movimientos. Era una sacerdotisa iniciando un rito sagrado. Sus manos fueron a la cremallera de su vestido. El sonido pareció amplificarse en el silencio expectante. La tela se deslizó hacia abajo, revelando la curva de su espalda, la piel pálida bajo la luz cálida. Dejó que el vestido cayera a sus pies, formando un charco de seda oscura. Se quedó en lencería de encaje negro, una segunda piel que ocultaba y revelaba al mismo tiempo.

Sus ojos se encontraron con los de Luis. Vio su asombro, su deseo crudo y sin filtros. Luego miró a Valeria y le dedicó una sonrisa cómplice, una invitación a disfrutar del espectáculo sin miedo. Valeria estaba petrificada, con los labios entreabiertos, respirando superficialmente. Lucía se desabrochó el sujetador con un movimiento lento y fluido, dejando que cayera al suelo. Sus pechos, plenos y firmes, quedaron al descubierto. Se tomó su tiempo, disfrutando del poder que sentía bajo sus miradas, de la electricidad que crepitaba en el aire. Finalmente, sus dedos se deslizaron bajo el encaje de sus bragas y las bajó lentamente por sus piernas, hasta que pudo quitárselas con la punta del pie.

Se quedó allí, completamente desnuda, bañada en la luz y la música. No era una desnudez vulnerable, sino poderosa. Era la encarnación de la confianza, de la libertad. El juego había terminado. La realidad, mucho más intensa, estaba a punto de comenzar.

Lentamente, caminó hacia el sofá donde estaban sentados Luis y Valeria, tan juntos que parecían una sola figura. Se arrodilló en la alfombra frente a ellos, su mirada fija en Valeria.

- Lucía: El juego ha terminado, Valeria. Ahora empieza la vida real. Olvida las cartas, olvida las reglas. Solo importas tú. ¿Qué es lo que deseas, de verdad?

El saxofón seguía llorando su canción melancólica. Valeria miró los ojos de Lucía, profundos y pacientes. Vio en ellos un reflejo de su propio deseo, ese que había mantenido encerrado bajo capas de miedo y convenciones. El dique se rompió. Una única lágrima de liberación se deslizó por su mejilla.

- Valeria: Esto… -susurró, su voz rota por la emoción-. Deseo esto.

Fue todo lo que necesitaron. Luis exhaló el aire que no sabía que estaba conteniendo y su mano, que había estado rígidamente posada en su propia rodilla, se movió para acariciar la nuca de Valeria, un gesto de apoyo y de entrega compartida.

Lucía sonrió y tomó la mano de Valeria, llevándosela a los labios para besar sus nudillos. Luego, su mirada se encontró con la de Ricardo, que se había acercado y estaba de pie detrás de ella, una presencia sólida y protectora. Él le guiñó un ojo. El equipo estaba completo.

El movimiento fluyó entonces con la naturalidad de la marea. Ricardo se sentó en el suelo junto a su mujer, su mano encontrando la espalda de Luis en un gesto de camaradería que trascendía los negocios y se adentraba en un territorio mucho más íntimo. Luis, animado, se inclinó y besó a Valeria, un beso que ya no era tímido, sino hambriento y lleno de la urgencia de lo recién descubierto. Mientras se besaban, la mano de Valeria encontró la de Lucía y entrelazó sus dedos con fuerza.

La ropa empezó a desaparecer. Luis desabrochó su camisa con dedos torpes pero decididos, sus ojos nunca se apartaron de Valeria, que a su vez observaba fascinada cómo Lucía ayudaba a Ricardo a quitarle el traje, sus manos expertas moviéndose con una familiaridad que resultaba increíblemente erótica. Pronto, los cuatro estaban desnudos en la suave alfombra, un enjambre de piel y deseo bajo la luz dorada.

Lo que siguió no fue caótico, sino una danza de exploración. Ricardo atrajo a Valeria hacia él, su boca encontrando la de ella en un beso profundo que cumplía la promesa hecha horas antes en el restaurante. Valeria se entregó, sintiendo la sorpresa y el placer de unos labios nuevos, de un cuerpo más grande y experimentado que el de Luis.

Mientras tanto, Lucía había atraído a Luis.

- Lucía: ¿Recuerdas lo que te dije sobre los besos? -le susurró al oído.

Y entonces lo besó. No fue un beso educado. Fue un beso profundo, demandante, una lección práctica que le robó el aliento y le hizo olvidar su propio nombre. Sus cuerpos se encontraron, la piel suave de ella contra la tensión muscular de él. Luis sintió que se disolvía, que todas sus dudas y miedos se quemaban en el fuego de aquel contacto.

Las parejas se mezclaron y se separaron, creando nuevas geometrías del deseo. Hubo momentos en que Luis observó, paralizado de fascinación, cómo Ricardo hacía gemir a Valeria, el temido monstruo de los celos reemplazado por una oleada de orgullo y excitación. Hubo momentos en que Valeria, con una audacia que nunca creyó poseer, acarició el pecho de Ricardo mientras besaba a Lucía, sintiendo el poder de dar y recibir placer simultáneamente.

Las sensaciones eran abrumadoras. El sabor a whisky y a vino dulce en sus bocas. El roce de la piel contra el terciopelo del sofá y la lana de la alfombra. El sonido de las respiraciones entrecortadas, los susurros y los gemidos ahogados que la música de jazz envolvía y embellecía. Era un festín para los sentidos, una sobrecarga de estímulos que borraba el pensamiento racional y dejaba solo el instinto puro.

El clímax llegó como una ola inevitable, una tormenta que se había estado gestando toda la noche. No fue un acto solitario, sino una liberación compartida. Los cuatro cuerpos, entrelazados en el centro de la habitación, se tensaron y se rindieron casi al unísono, una cascada de placer que los dejó sin aliento, temblando y aferrados los unos a los otros en el silencio que siguió a la última nota del saxofón.

Cuando la luz del amanecer se filtró por las grandes ventanas, los encontró dormidos, un amasijo de miembros y sábanas arrastradas al suelo. La primera en despertar fue Valeria. Abrió los ojos y durante un segundo no supo dónde estaba. Luego, los recuerdos de la noche la inundaron, no con vergüenza ni arrepentimiento, sino con una calidez profunda y serena. Estaba acurrucada contra el costado de Luis, su cabeza descansando sobre el brazo de Lucía. La mano de Ricardo rozaba su espalda. Se sentía segura. Completa.

Vio que Luis también estaba despierto, observándola con una ternura infinita.

- Luis: ¿Estás bien? -susurró para no despertar a los demás.

Valeria sonrió, una sonrisa genuina y radiante que iluminó su rostro.

- Valeria: Nunca he estado mejor.

Se quedaron en silencio un rato, escuchando la respiración acompasada de sus anfitriones.

- Luis: Tenía tanto miedo… de perderte, de los celos, de todo. Y ahora… ahora solo siento que te quiero más. Nunca te había visto tan… libre. Tan tú. Ver tu placer, tu felicidad… ha sido lo más excitante de mi vida.

Valeria lo besó suavemente.

- Valeria: Creía que la fantasía era un escape de la realidad. Pero no lo es. Es solo otra habitación de la misma casa. Y Lucía y Ricardo nos han dado la llave.

Más tarde, los cuatro compartieron un desayuno sencillo en la cocina inundada de sol. El ambiente era relajado, íntimo. Las bromas y las risas fluían con facilidad, como si se conocieran de toda la vida. Ya no eran dos parejas, sino cuatro personas unidas por un secreto maravilloso.

Mientras salían del edificio y el aire fresco de la mañana les golpeaba la cara, Luis y Valeria se cogieron de la mano. El mundo parecía el mismo, pero ellos eran diferentes. Habían viajado a un lugar que solo existía en los libros y habían descubierto que no solo era real, sino que era su nuevo hogar. La curiosidad había vencido al miedo, y en el proceso, no solo habían salvado su relación de la monotonía, sino que la habían transformado en algo infinitamente más fuerte, honesto y vibrante. Habían descubierto que el amor no se dividía al compartirse, sino que se multiplicaba. Y esa, se dieron cuenta, era la mejor de todas las fantasías.

Publicado 
Escrito por moniant

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