Las Navidades pasadas había recibido un regalo inesperado. Estuve trabajando durante un año en casa de un señor mayor. Me contrataron para su cuidado y atención; aunque tenía varios nietos y sobrinos, muy pocas veces iban a verle y nadie tenía tiempo para simplemente pasar el rato con él.
En cuanto nos conocimos congeniamos y enseguida empezamos a llevarnos estupendamente. Jugábamos a las cartas, ajedrez y parchís, paseábamos y, sobre todo, hablábamos mucho. El abuelo me contaba miles de interesantes y entretenidas historias y yo no hacía más que interrumpirle preguntándole más detalles llena de curiosidad, eso le encantaba.
Después de un año de pasarlo en grande juntos, el abuelo una noche se durmió y ya no se despertó más, no se merecía menos.
Yo volví a buscar trabajo, esta vez como dependienta en la sección de lencería de un conocido centro comercial de Madrid.
Cual fue mi sorpresa cuando seis meses después se puso en contacto conmigo un abogado. Habían abierto el testamento del abuelo, y había dejado algo para mí. Tenía que ir al reparto.
Cuando llegué a la Notaría, me encontré una reunión de caras larguísimas. Había por lo menos quince personas de muy mal humor. Pude identificar a casi todos gracias a las historias del abuelo que no pocas tardes me hablaba de ellos y de todos nos reíamos.
Por fin el Notario empezó a leer el testamento y pude entender el cálido recibimiento que me habían regalado. El abuelo había decidido dejarme su preciosa casa de la calle Serrano con todo su contenido. Un hermoso dúplex exterior con gran terraza y balcones en cada habitación. Todo ello se valoraba en más de un millón de euros.
Todos me miraban con profundo odio mientras el abogado del abuelo sonreía maliciosamente. Como golpe final, se había dispuesto que todos los gastos de mi legado, incluidos los impuestos, fueran a cargo de los bienes de la herencia. Así, recibía la casa y todo su contenido sin soltar un euro.
Bien hecho viejo amigo!
Después de firmar me fui, dejando a todos cuchicheando y seguramente insultándome. Recogí algunos recuerdos de la casa, el tablero de ajedrez, el parchís, varias fotografías y un buen montón de valiosos libros. Puse la casa en venta.
No tardó en venderse haciéndome millonaria. Pero ahora la sorpresa me la llevaba yo. Resultaba que en la declaración de la renta tenía que pagar una barbaridad. Mis nuevas compañeras de trabajo me aconsejaron llamar a un asesor fiscal.
Por lo visto había trabajado allí muchos años, y mis compañeros y también clientes, seguían yendo a su despacho, para realizar sus gestiones.
Todo el mundo hablaba muy bien de él y tenían ciega confianza en su trabajo.
Me presenté en su despacho con todos mis papeles y me sorprendió lo que encontré. Era un hombre joven, más o menos de mi edad. Ya había cumplido los cuarenta, pero su forma de vestir moderna le daba un aspecto juvenil.
No era muy alto, lo que generaba una inmediata conexión y confianza con él. Las gafas le hacían parecer un buen chico formal.
Me llamó la atención su pecho bien contorneado a través de la camisa ajustada, así como sus hombros y brazos. Ni rastro de la barriguita habitual en los hombres de esa edad, se adivinaba un abdomen liso tras su ropa, quizá con algo de tabletilla.
En todo momento fue muy amable y cercano, como si nos conociéramos de toda la vida. Y enseguida se hizo cargo de la situación, lo cual me tranquilizó totalmente. Me sentía a gusto allí, como si estuviera en casa.
Transmitía saber perfectamente lo que hacer y cómo hacerlo, una total confianza, como decían mis compañeros.
Llegó la hora de despedirnos. Quedamos dos días después para llevarle más documentación que le hacía falta. Me acompañó hasta la puerta.
Al despedirse, me dio dos besos…tan cerca de la comisura de los labios que noté cómo me ponía roja de golpe. Mientras me besaba, su mano se deslizaba por mi cadera. ¿O era un poco más abajo?
¿Me había rozado el principio del culo sutilmente? Cuando salí a la calle estaba muy confundida, ¿había pasado realmente o era mi imaginación?
Durante todo el camino no puede olvidar la sensación al sentir su mano sobre mi cuerpo y sus labios tan cerca los míos. Mil mariposas revoloteaban por mi estómago sin dejarme pensar en otra cosa que no fuera su calor y su tacto, su cara, su torso y su forma de hablar.
Cuando llegué a casa, mis braguitas estaban empapadas.
Dos días después fui otra vez a su despacho totalmente convencida de que todo había sido producto de mi imaginación, un simple malentendido. Por alguna extraña e inexplicable razón, me puse mi mejor conjunto de ropa interior.
En la reunión me estuvo explicando conceptos ininteligibles como ganancia patrimonial, valor de adquisición, gastos…parecía tan inteligente y culto, mi mente volvía de nuevo a sentir su tacto y no podía enterarme de nada.
Por fin me dijo, “acércate y te lo enseñaré en el ordenador, lo entenderás mejor”. Me acerqué y el se puso detrás de mí, podía sentir su aliento en mi nuca y su mano posada en mi cadera. Un extraño calor subía por mi cuerpo, desde las piernas hasta la garganta.
Sentí la necesidad de cerrar los ojos mientras ladeaba la cabeza y mis labios se abrían. Encontré su dedo al lado de mi boca y un inexcusable deseo me hizo chuparlo con mi lengua mientras intentaba meterlo en mi boca.
El deslizaba la mano por debajo de mi vestido, me había puesto medias, tenía acceso directo a mi cuerpo. En un arrebato, me cogió y me sentó en la mesa, tocándome por debajo del tanga con su dedo pulgar.
Yo sentía como me humedecía y ardía de pasión. Él se agacho y abriendo el tanga hacia un lado comenzó a lamerme. Primero los muslos, luego los labios, hacía arriba y hacía abajo, por fin me empezó a lamer el clítoris y por dentro de mi coño.
Yo no podía estar más excitada. Sentía cómo mis tetas se hinchaban cada vez más, se endurecían. Notaba los pezones y no tuve más remedio que tocármelos, primero me las acariciaba, después cada vez apretaba más.
Cuando sentí un pequeño y suave mordisco, solté un gemido de placer.
Nunca nadie me había conseguido excitar tanto, no podía pensar, sólo sentía que iba a estallar. Ya no podía más y me corrí en su boca gimiendo como una loca mientras veía cómo se comía todo.
Cuando terminé me besó, tenía un sabor salado. Me dijo “me encanta oírte gemir, tienes una perlita preciosa”. Al acercarse a mi noté su miembro contra mí y lo toqué. Estaba muy duro y deseaba verlo. Intenté desabrocharle el pantalón, pero no me dejó, me dijo “por hoy es suficiente, es hora de irse a casa.”
Me acompañó hasta la puerta y al despedirse de nuevo me tocó el culo, esta vez apretando bien el cachete. En ese momento empecé a adorar esa situación, mi culo en sus manos. Sutilmente, me empujó hacia la calle y cerró la puerta.
Me temblaban las piernas al volver a mi casa. Había sido el mejor orgasmo de mi vida, no podía dejar de pensar en él. Revivía una y otra vez sus lametones y lo cachonda que me había puesto, otra vez estaba tremendamente mojada y caliente. No dejaba de pensar en cómo sería sentir su verga dentro, mis tetas se hinchaban otra vez al pensarlo, necesitaba desnudarme, tocarme, acabar lo que habíamos dejado a medias.
Me puse un baño caliente y empecé a acariciarme, primero los pechos enormes, chupando mis pezones, otra vez duros y calientes como cuando estaba con él. Después acaricié mis piernas y enseguida no pude más, metí un dedo en mi vagina imaginando que era él el que me follaba.
Un dedo no bastaba, metí dos y tres, mientras con el pulgar me acariciaba la perlita que tanto le había gustado. Imaginado que él me metía la polla, me corrí de nuevo gritando su nombre.
Al día siguiente volví a su despacho con más documentos. No sabía que iba a pasar, pero me había comprado algo especial, un tanga abierto para permitir que él pudiera tomarme fácilmente, eso era lo que más deseaba. No llevaba sujetador, deseaba que fuera él quien me acariciara, apretara y chupara las tetas mientras me penetraba con toda su fuerza.
La reunión se estaba desarrollando de la manera más normal posible. Estaba perdiendo las esperanzas de que algo como lo del día anterior pudiera repetirse.
En un momento dado, me dio la espalda para coger algo de un archivo y entonces lo vi. Era el culo de un dios griego esculpido en mármol ¿cómo no me había dado cuenta antes? Un tremendo culo redondo, bien colocado y que daban ganas de morderlo.
No me pude contener y antes de que me diera tiempo a pensarlo, le acaricié el culo con las dos manos. Le sobé todo el culo, qué sensación tan maravillosa tocar un culo tan perfecto. Después apreté y al hacerlo me iba calentando, otra vez me estaba poniendo a cien.
Él se dio la vuelta y empezó a besarme, metiendo con furia su lengua en mi boca. Tocando por debajo de mi falda encontró mi tanga abierto y tocó mis labios con sus dedos “ya estás mojada para mi”, dijo, y ¿qué más has traído preparado? mientras me quitaba la camisa.
Le gustó verme sin sujetador y comenzó a lamerme las tetas mientras las acariciaba al principio y estrujaba después, mordiéndome suavemente los pezones. Yo creí que me volvería loca de deseo y pasión.
Entonces me dio la vuelta y me apoyó contra la mesa, se desabrochó los pantalones y cogiéndome por los hombros me penetró fuertemente. Era como me la había esperado…dura, gorda y caliente. Empecé a gemir nada más notar cómo entraba en mi coño llenándolo todo de un placer inmenso.
Él empezó a tocarme de nuevo los pechos y después a bajar hasta mi clítoris, pensé que no podría aguantar más, los dos gemíamos de gozo. De repente paró y salió y dándome la vuelta dijo “todavía no”.
Me sentó sobre él en su silla y fui yo la que entonces dominé, frotándome primero contra su irresistible verga y luego metiéndomela dentro. Empujé despacio, muy despacio primero, no quería que terminara, quería sentirlo todo mientras él me comía las tetas.
Por fin no pude más y aceleré, me corrí mientras gemía de placer y él metía sus dedos en mi boca. Casi al mismo tiempo, él gimió como un lobo y empezó a correrse también, puede notar su leche caliente dentro de mí. Los dos acabamos a la vez.
Estas fueron las primeras reuniones con mi querido asesor fiscal. Por supuesto, el tema era complejo y había que tener muchas más reuniones donde nos dio tiempo a satisfacer nuestra pasión de las más diversas formas, pero esta es sólo la primera parte de nuestras aventuras.
Cada vez que tengo alguna consulta acudo a él y por supuesto, todos los años, me hace la declaración de la renta…y más cosas.
FIN